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Writer's pictureKarina Pino Gallardo

Pastillas de cloro y desidia

El proceso amoroso y mortal de escribir sobre el suicidio

(inspirado en el proceso de creación de mi obra teatral documental "Los días raros")


Hablar de tu trabajo es hacerte una intervención quirúrgica. Eso es Los días raros para mí.

Una laparascopía. Te abren el vientre con un bisturí y te lo llenan de aire. Ser un balón de basket comprimido, la olla a presión de las ideas, crisis, los disturbios. Tenemos un demonio. Y cuando hablas de tu obra es mirar al demonio de frente. Presentarte, y darte cuenta que ahí, en esa lucha a cojones, vas a ser un cuerpo muerto.


Leímos El pato salvaje pero nunca quise hacerle un homenaje a Ibsen. Más bien quería que Ibsen me hiciera un homenaje, me diera una palabra, tuviera un gesto de humildad y me dejara derramar un poco de Havana Club arriba de su estatua. Al final no quedo nada. Solo la inspiración. El disparo de una niña muerta. El cuerpo cayendo en la madera, la imagen del horror.


¿Cómo abrir el horror? Heiner Müller, que lo conoció, supo que de él no era posible hablar, el horror hay que vivirlo. ¿Cómo desplazar un cuerpo muerto delante de trescientos ojos? ¿Cómo abrir la boca para hablar de niños, armas blancas, rojas, amarillas? ¿Qué forma alcanza la violencia contra el cuerpo de uno mismo? ¿Qué forma darle a la violencia ante el cuerpo de los otros?


En la televisión el comandante resonaba y las marchas contra el imperialismo no me dejaron dormir. ¿Cómo se habla de un país? Cercenado, diluido, desangrado. Al final, ¿cómo se habla de uno mismo? Si lo que se tiene es tan extraño, si lo que se ofrece es tan insuficiente. ¿Cómo te miro y amplifico la palabra YO, el universo YO, la humanidad contenida en ese territorio?


En La Habana, G es una calle muy céntrica. Todos los frikis del mundo están ahí, descubriendo la alquimia de Nirvana, jugando a ser Syd Vicious en tiempos de timba y reguetón. ¿Es posible leer sus caras como el ejercicio de la resistencia? Hueles el parkisonil, ves cómo lo mezclan con la azitoxina y demuelen, lentamente, la imagen de la revolución. Esa Revolución. Aquella Revolución. ¿Te acuerdas de la Revolución? Ahí los encontré. No habían estudiado nada, tenían ropas ripiadas, aguardiente de tres quilos, pelos violetas y fucsias, y una mirada de muerte.


Ellos fueron, son los protagonistas, atravesados por la bulimia familiar, la anorexia y la rabia del hogar. No había hogar. No hubo familia. Solo cuatro alcantarillas, tuberías periféricas, 14 ratas pululando abajo.


Yo quise batir todo eso. Echarle hielo y sacarina en mi licuadora personal. Hablar del horror, y ante todo de su rabia. La falta de sueño me sobrevenía, la incapacidad de mí misma sobre mi mismo trabajo. Y es que la rabia que comparte un país lo embarga todo, y empecé a encontrarla poco a poco en los pedazos de almacenes, las escaleras, los restaurantes.


Quise hacerles una laparascopía sin entrenamiento, tirarlos contra la pared y ver cómo se sobrevive a eso. Cuatro chicos a la altura de su desesperanza. Cientos de fotos mezcladas en el álbum de la ira. Hablar de muerte, hablar de amor, hablar de familia, de revolución, de juntos, de no sé, de hasta cuándo, de nos vemos, never more, lo siento, ¿podrá ser? ¿Podrá ser? ¿Podremos tener otro país? ¿Ser otros? ¿Ser más allá, o más acá?


Entendí que la muerte persiste de muchas maneras. Y en la mejor risa hay muerte. Y en la peor muerte hay algo. Algo que quería descubrir, con una guitarra eléctrica, una mujer rapada, cuatro voces, muchos cuerpos. No es posible. Hay algo que no es posible aquí. Hablar de suicidio no es posible. Yo no puedo. Conocí a estos suicidas triunfales y me di cuenta de que si miras al monstruo tan de frente, puede que no sepas resistir.



Photo external post : Rogelio Orizondo


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