¿Cómo habitamos un gesto en La Habana?
De Línea y 14, ¿cuál era el lugar que más le gustaba?
Hace tanto tiempo que perdí de vista esa casa que ya apenas la recuerdo. Además, ha sido tan desfigurada, tan cambiada... tan mancillada, que prefiero no hablar de ella.
¿Qué expresa el hecho de que usted haya cerrado su tiempo de creación poética inspirada precisamente en aquella casona?
Quizá exprese la nostalgia, porque esta casa donde estamos ahora es muy bella, no hay duda. Es arquitectónicamente correcta, tiene muebles y adornos bellos, pero no tiene alma, no tiene personalidad, tendría yo que darle la mía y ya de la mía me queda poco.
¿Aquella sí tenía alma?
"Aquella sí, sin que nadie se la diera la tenía por sí misma".
Entrevista realizada por Milena Recio a Dulce María Loynaz.
Esa casa.
Que era todo un festival de trinitarias.
El Vedado, un barrio en La Habana.
La Habana, la ciudad pujante y regia, algo decadente y lujuriosa entonces, a mitad del siglo XX.
Allí se escribió la novela Jardín. Y otros tantos relatos y poemas.
Allí los hermanos Loynaz se explayaron excéntricos en su vida y su literatura.
Y se creó una leyenda.
Esa casa hoy es justo lo que no era.
Un espacio “de valor arquitectónico” al que los transeúntes no miran.
Un pedazo de la ciudad olvidado en el que viven familias diversas.
Una casa fragmentada. Antigua. Apuntalada.
Pero habitada.
Sobre ese habitar del presente y esos espíritus de antaño, se gestó un proyecto.
Habitar el gesto: una mirada tres años después
Habitar el gesto: restitución colectiva sobre arquitectura y convivencia social es un proyecto aún difícil de calificar en una disciplina única. Surge como colaboración entre la institución cultural española Naves-Matadero Madrid (entonces dirigida por el gran Mateo Feijoo, el de la idea fundacional y el acompañamiento absoluto), la plataforma de arquitectura social Recetas urbanas, en Sevilla, liderada por el reconocido arquitecto Santiago Cirugeda, y las teatrólogas, críticas e investigadoras escénicas cubanas Dianelis Diéguez La O, Maité Hernández-Lorenzo y quien escribe estas líneas.
Siempre fue un impulso de colaboración. Juntó gradualmente decenas de personas, espacios, iniciativas, alianzas, y fue apoyado financieramente por otras muchas, entre ellas “Terreno común” (proyecto financiado por Siemens Foundation para arte en América Latina), la Oficina del Historiador de La Habana, el Consejo Nacional de Artes Escénicas de Cuba, la Escuela Taller de La Habana Vieja… Habitamos un espacio día tras día, lo habitamos de muchas maneras: limpiando escombros, ideando estrategias de comunión sobre la marcha, construyendo y reparando un inmueble casi en ruinas, realizando performances, conversatorios, comidas y reuniones. Escribiendo emails, atravesando límites burocráticos, estudiando la Historia del lugar y compartiendo las vidas diarias de quienes allí viven hasta hoy. Escuchando “Constructores por derecho” de Los Van Van para paliar el calor y las jornadas de trabajo, levantando un andamio gigantesco, de tablas amarillas que era como una especie de altar, de mirador de la ciudad desde una esquina olvidada. Moviendo ciertas fronteras. Plantando pequeños árboles y flores en el jardín descuidado. Mezclando inconscientemente energías afectivas y energías de trabajo. El recorrido: un proceso todoterreno de traspasar límites y crear afectos que duran hasta hoy.
Lo fundamental, entonces, sin lo cual este gesto no hubiera podido concebirse, fue la presencia vital de las personas, l@s vecin@s de la vieja casa estando allí cada día, alma absoluta del gesto, los jóvenes de la Escuela Taller que amanecían en el sitio con todo su vigor y frescura, algunos de sus extraordinarios profesores, otros alumnos y maestros de la Facultad de Arquitectura, arquitectos y colaboradores del equipo de Recetas Urbanas, teatristas, artistas visuales e investigadores curiosos que fueron sumándose a la iniciativa.
Lo que ellos aportaron en la amplia idea de restitución que el proyecto exploró es inconmensurable. Por y para ellos, desde ellos fue este proyecto (La Habana, enero-febrero 2020).
Comunicado colectivo (texto para calentar los brazos)
I
Hoy estamos reunidas aquí para celebrar.
Para leer un comunicado corto sobre un gesto largo, ancho, alto.
Abrazando el resto de una tradición aristocrática,
la ruina de unas palabras que el viento tropical se llevó hace 90 años
desde el cuerpo enloquecido de Flor, y la desnuda esquizofrenia de Carlos Manuel.
Hoy no estamos rindiendo un homenaje aquí, sino restituyendo algo, evocando.
Recomponiendo
Leyendo
Riéndonos
Sintiendo
Traduciendo
Armando un rompecabezas después de muchos años de olvido.
Aquí crecieron unos poetas grandes.
Aquí se gestó una leyenda.
Aquí se construyeron paradigmas.
Por aquí pasó un movimiento,
Pasaron ciclones, terremotos, luciérnagas.
Aquí se escribieron obras maestras, menores, medianas,
Aquí habitaron almas de fineza extraña, de locura intensa, nacieron poemas altos que luego fueron quemados,
se prepararon cuerpos que luego iban al mar, a beber, a sudar, a buscar la lujuria permitida solo en los rincones y las pieles negras.
Aquí, también, quedaron olvidadas las plantas de un jardín,
que creció en medio de cuidados y perfumes,
que se levantó hasta el sol y se marchitó luego,
un jardín tupido, entresijado, bizarro.
El proyecto (concepto)
Con la idea de investigar y restituir espacios de valor patrimonial de la ciudad de La Habana, y sus tradiciones implícitas, siempre en beneficio y función de las comunidades que los habitan, y la energía que estos detonan en función del entorno urbano en el que están enclavados, “Habitar el gesto” fue una intervención artística y arquitectónica (restitución cultural y material) en un edificio de la ciudad de La Habana.
Ubicado en la calle Línea esquina a 14, en el barrio de El Vedado, es más conocido como la Casa de Dulce María Loynaz. Allí la escritora residió con sus padres y hermanos durante años, y junto a estos últimos, sobre todo Flor y Carlos Manuel Loynaz, levantaron una leyenda por sus excentricidades personales y literarias.
Hoy viven allí varias familias que han intentado mantener los rasgos arquitectónicos del sitio. Sin embargo, a pesar de este sentido de pertenencia, la gran casona demandaba la intervención y el cuidado por parte de instituciones pertinentes, sin perder, en primer lugar, la calidad de espacio patrimonial y de residencia común de las familias a lo largo de más de 20 años.
“Habitar el gesto” quiso entonces trabajar en una intervención parcial del inmueble y tratar de subsanar los defectos que el tiempo y el olvido habían impreso en el edificio. Al mismo tiempo quiso explorar y rescatar tradiciones implantadas allí, como las tertulias literarias de los jueves, y la extraordinaria jardinería de sus lindes. Fue un proyecto de restitución material pero también de investigación cultural, en toda la extensión de la palabra.
El proyecto se inscribe en un tipo de prácticas transversales que dan valor a las comunidades incorporándolas a los procesos como protagonistas. De algún modo, se reinventan las formas de hacer arte, de trabajar, de curarnos, de amar. Se desarrolla una escucha más atenta hacia el entorno y se despierta la capacidad de transformar(nos) a través de relaciones horizontales donde no hay jerarquías sino lazos.
Con el afecto y energía de los inquilinos y el voluntariado que participó, se abordaron las obras de manera inclusiva, intentando que la universidad, la escuela-taller, artistas, investigadores, historiadores, escritores y amigos colaboraran en distintos procesos de manera segura, festiva y comunal. Un espacio que fue, en esos meses, de todos, entrando y saliendo a cada hora. Y en la misma medida que los andamios amarillos se levantaban para sorpresa de quienes pasaban y jamás habían reparado en la casa, la alianza afectiva y el magnetismo de las obras producían una comunidad de manera natural, gestada sin propósitos previos, sino “performativamente”, o sea, sucediendo en la medida en que se generaba el gesto de restitución.
Habitamos y creamos, sin saberlo, una especie de coreografía social con los andamios como “escenografía”, puliendo maderas, “tirando” pinturas y enfoscados, haciendo tertulias y presentaciones artísticas, cortas sesiones de conferencia, poesía y lecturas colectivas.
Cada jueves, en las Tertulias juevinas (que ideó Dulce María cuando vivía allí con sus hermanos), llegaban invitados para compartir un espacio de intercambio colectivo y muy intergeneracional, en el que estaban siempre los jóvenes de la Escuela Taller, los vecinos, e intelectuales invitados como la escritora Zaida Capote, el Historiador Ciro Bianchi, la realizadora Lourdes de los Santos y el arquitecto Orlando Inclán, todos conectados de un modo directo con la casona y su historia.
“Ayúdame que yo te ayudaré”
Con “Habitar el gesto” pretendimos una pequeña transformación de un inmueble. Terminamos transformándonos nosotros, revolucionando nuestros cuerpos y nuestro mapa afectivo de entonces. Eso quedó visible en los últimos días del proyecto, cuando la gente que visitaba el lugar era cada vez más numerosa, cuando las tablas amarillas del andamio eran más y más altas y vistosas, cuando el jardín se convirtió en escena de un gesto, un happening literario y de restitución con la acción que el artista Yornel Martínez desarrolló, rescatando los nombres de las plantas del antiguo jardín y plantándolas de nuevo, mientras leíamos un fragmento de la novela homónima donde estas plantas se mencionaban.
Y justo el día final, de cierre del proyecto, Mariela Brito, del colectivo teatral El Ciervo Encantado, realizó la acción performática “Criatura de Isla” y subió hasta lo más alto del andamio y nos observó. Éramos literalmente multitud. Lo habíamos construido sin proponérnoslo.
Ese gesto final, esa foto colectiva es lo que creo que permanece hoy cuando volvemos, con la memoria, a pensar ese espacio. Un espacio físico que trascendimos, de algún modo, con nuestras presencias cotidianamente. En ese sentido puedo decir que sí, habitamos la casa.
Comunicado colectivo
II
Quiénes son estas personas que caminan por la tierra hoy,
que abren los surcos de la vida cotidiana,
que dejan gestos insignificantes, simples, perecederos sobre esta Historia desconocida
que hoy nos empeñamos en desenterrar?
Esta acción es, sobre todo, para ellos,
Que rearman
Que descomponen
Que destruyen y construyen
Que reinventan la vida y la muerte
La ausencia y el olvido.
Esta acción es para quienes limpian los ladrillos con el agua del día.
Una acción restitutiva que no es un homenaje a la cultura
Es un gesto a la repetición de habitar silenciosamente,
De levantar otra historia
De hacer hablar las paredes muertas.
Esta acción es para Maritza, Beatriz, para Andy, Jessica, para Arnold y Manolo…
Un jardín de palabras que ofrecemos hoy
Sin ceremonias,
Una construcción de afectos
Un acto de convivencia
Un ansia de compañía
Un gesto de admiración.
QUEDA PERMITIDO EL PASO A TODA PERSONA AJENA A LA OBRA.
Un día como hoy hay que cantar…
Habitar y nombrar
A TODOS los que restituyeron…
Mateo, Joachim,
Santi, Marta, David, Juanjo, Ariel y Ariel, los chicos y chicas extraordinarias de la Escuela-Taller de La Habana.
Maritza, Andy, Beatriz y sus padres, Jessica, Arnold y todos los vecinos de la casa.
Yornel y los creadores de la acción de plantar en el jardín.
Estudiantes de la Facultad de Arquitectura,
Orlando y Suly,
Nelys,
Gabriel, Chris, Yoylán
Nelda y Mariela.
Y a mis colegas entrañables de viaje, desde el inicio, cuando la idea de Habitar era solo una semilla: Dianelis Diéguez y Maité Hernández. Con todo el amor.
En este texto están sus gestos y palabras.
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Text published in RECIAL Magazine.
Area Literature, University of Córdoba, Argentina.
Coordination: Katia Viera
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